jueves, 10 de junio de 2010

Tu vida, Ricardo Silva…

Capítulo a Ricardo Silva, libro "Operación Albania... Sangre de Corpus Christi", de Oscar Aguilera, 1996

A pesar del aire de melancolía en sus ojos, que se puede descifrar en las fotografías, Ricardo Silva era de una alegría amable y generosa. Nacido en pleno verano, un 4 de frebrero de 1959, era así: alguien lleno de luz y sol, derramándose hacia los demás. Y en la década de los ochenta, en que el silencio de Chile penetraba por todos los rincones, tratando de acallar ciudades, calles y escuelas, siempre andaba con su música, por los jardines y patios de la Facultad de Química y Farmacia de la Universidad de Chile. En esos años los sonidos de un charango, una quena o una guitarra eran una señal, un signo inequívoco de identidad y de esperanza.

Deportista entusiasta. En su facultad se le podía encontrar, invariablemente, en la cancha de baby fútbol o en la mesa de ping pong. ¿Se habría imaginado que a pocos de metros del Estadio Recoleta, donde fue a entrenar tantas veces iba a encontrarse con la muerte?

El Estadio Recoleta pertenecía a la Universidad de Chile y allí los jóvenes futbolistas universitarios practicaban y mantenían reñidos encuentros en que Ricardo Silva siempre destacaba. Y tan cerca, la fatídica casa de Pedro Donoso 582.

¿Sabría que su canción favorita, “El Aparecido” de Víctor Jara, era una especie de premonición…?

“Hijo de la rebeldía
Te siguen veinte más veinte
Porque regalas tu vida
Ellos te quieren dar muerte”


Ricardo desbordaba una energía positiva, que siempre levantaba el ánimo al más abatido. Ejercía un indudable liderazgo en el deporte, que sin embargo jamás hizo mella en su sencillez y simpatía. Era el defensa sobresaliente, el jugador estrella de muchos equipos de fútbol estudiantiles, aquel que podía desplazarse por toda la cancha con vigor y fuerza.

En una olimpíada universitaria participó en la mayoría de las disciplinas brillantemente. Sin embargo, a la hora de recibir la medalla oficial como el deportista más destacado de su facultad, no asistió a la ceremonia. Pidió a Roberto, uno de sus compañeros que fuera al acto de premiación.

Las vanidades le pasaban rozando. Su buen humor contagiaba de alegría de vivir. Cuando pasaba una muchacha hermosa se limpiaba los párpados, diciendo seriamente: “se me acaba de meter un blue-jean en el ojo”.

En su interior se podía percibir la angustia por el dolor ajeno y por una sociedad chilena en que la injusticia permanece clavada como una espina.

Ricardo cursó la enseñanza media en el Instituto Nacional, ganándose el aprecio de condiscípulos y profesores. A los días siguientes del crimen colectivo, llegó una carta a la redacción de uno de los diarios de la capital. Está firmada por ex alumnos y ex deportistas del Instituto. Dice en algunos de sus párrafos:

“Su personalidad tranquila podría hacer creer que Ricardo pasaba inadvertido, pero no era así; algo irradiaba que nos hacía sentirlo como especial; era un tipo con ´angel`, de los que no necesitan hablar demasiado para hacerse notar.
Era conocido y querido por su actividad deportiva, en la que sobresalió como buen futbolista. ¿Quién no recuerda al “Flaco Silva”, del IV F, en los campeonatos internos o representándonos a todos con la camiseta de la selección institutana. A todos, en mayor o menor grado, la vida entregada a sus ideales que llevó Ricardo en este tiempo, nos ha hecho reflexionar sobre el curso de las nuestras, desde que egresamos de la enseñanza media. Su espantosa muerte nos ha estremecido”. (La Epoca, 23 de Julio de 1987)


Desde la universidad, en las calles Olivos y Vicuña Mackenna, fue trazando su camino. Cuentan sus compañeros que lo vieron alejarse, de a poco, de las actividades netamente estudiantiles. En sus casilleros, los estudiantes guardaban zapatillas, panfletos y aerosoles. Cada rayado en murallas universitarias era un gigantesco triunfo.

Pero en esos momentos Ricardo Silva optaba por una forma de lucha mucho más exigente y más riesgosa. Sus condiscípulos lo vieron ir menos a la facultad. El había decidido guardar en su casillero otras cosas, sumándose a un modo de vida política mucho más difícil, en el Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Los partidos de fútbol se fueron espaciando y las urgencias fueron otras.

De maneras absolutamente compartimentadas iba pidiendo colaboraciones. La fotografía para una portada rodriguista por aquí. Una casa para una reunión por acá. Un automóvil por allá. 1985 o 1986 eran años en que nadie preguntaba demasiado a alguien que pedía una casa para reunión. Ni para qué era la fotografía o en qué se iba a usar el auto porque para la juventud chilena muchas cosas se jugaban entre la vida y la muerte.

Se actuación en el FPMR fue extremadamente compartimentada. Su prudencia y discreción hacen que aún se sepa poco de las responsabilidades que tuvo: una de ellas fue ocupar la segunda jefatura en Concepción. Nos trasladamos al año 1988. Hay un acto recordatorio del primer año de la matanza de Corpus Christi en el patio de la Facultad de Química y Farmacia. Las canciones y las palabras son explícitas del dolor y la indignación por la muerte de Ricardo y los otros once jóvenes. “Aquí no se nos muere nadie…”. Dice una de las canciones interpretadas al comenzar.

La música y el silencio son más expresivos, pues logran reflejarlo todo. Hay doce sillas vacías en el escenario y dos bailarinas van dejando claveles rojos en cada una de ellas, mientras la música va emergiendo como un lamento. Al finalizar, desde atrás se incorporan doce jóvenes. Es simbólicamente el acto de la resurrección o el reemplazo de los caídos.

Ricardo queda presente en el casino de su escuela, que lleva su nombre: allí sus compañeros ponen su retrato con una placa. También plantan un árbol en un pequeño jardín, donde hay una lápida de piedra grabada. La memoria de Ricardo Silva se hace perpetua, se traspasa. Ocurren cosas que jamás se habían permitido en la Universidad de Chile durante la dictadura militar: es velado en su facultad, y desde allí parte el cortejo fúnebre. A la vez el Directorio del Colegio de Químicos Farmacéuticos establece una beca anual, con su nombre destinada a ayudar a los gastos de escolaridad de un alumno.

El Flaco Silva contribuye a cambiar las cosas en la Universidad. Y sigue contribuyendo: sus condiscípulos, ahora ya profesionales, que ejercen responsabilidades en distintas instituciones privadas y públicas, aún se siguen reuniendo en torno a él y su recuerdo. Sigue presente, con guitarras y quenas, dribleando la pelota, acertando con el pase correcto, tomando delicadamente la mano de la compañera para enseñarle la forma exacta de tomar la paleta de pin pon. Continúa con sus ojos melancólicos y expresivos, y su sonrisa que hacía suspirar a las alumnas de cursos vecinos.

El amor por la música llegó a Ricardo dede la infancia. La familia Silva Soto siempre cantó en la casa. Su hermano Hugo, de notable parecido en el rostro con Ricardo, formó parte de uno de los grupos más apreciados del Canto Nuevo, “Santiago del Nuevo Extremo”.

Eliana, su madre, me señala que por donde pasó su hijo siempre dejó huella. De niño era tímido, muy apegado a la mamá. El menor de cuatro hermanos. Era muy lector. Tenía una memoria tremenda. Antes de aprender la lecto-escritura, iba repitiendo palabra por palabra, los textos que le habían leído. Después los recordaba y decía que estaba “leyendo”. La familia vivía en ese tiempo en calle Filippo Lippi, en Las Condes. Se juntabana tantos niños, que un día llegaron algunos vecinos preguntando si era un jardín infantil.

En 1970, el compromiso político con la izquierda se establece dentro de su hogar. En esa época Ricardo estaba comenzando a vivir un ambiente juvenil de muchas fiestas en esa comuna privilegiada de Las Condes. Pero toda la familia se vio integrada en el proceso de la Unidad Popular, en un sector absolutamente derechista, donde la violencia contra el gobierno de Salvador Allende y sus partidarios se iba haciendo cada día más exacerbada. La casa esquina de Filippo Lippi, donde se estableció la JAP y se reunía el CUP del sector, comenzó a ser agredida con consignas y sus habitantes amenazados.

En los días del 11 de septiembre de 1973, la familia Silva vive la angustia de no saber por varios días de las hijas, mientras el vecindario celebraba el advenimiento del nuevo orden que prometía extirpar el cáncer marxista.

A Ricardo le correspondía ingresar a la U en 1978. Quedó en Biología en Valparaíso. No quería irse, pero su madre habló fuerte y clarísimo. Se fue a estudiar al puerto. Allí maduró su percepción de la realidad y reafirmó su compromiso social. En la UC de Valparaíso conoció a Patricia, su futura esposa. En un año, vivió intensamente la solidaridad, el hambre de la gente, la amistad, y el momento que vivía el país con posterioridad al golpe militar. Su amigo Moncho, aún sigue siendo su “socio”…

Después, al trasladarse a la Facultad de Química en Santiago se fue constituyendo todo un grupo que Ricardo ha hecho perdurar como si estuviese vivo.

Siempre tuvo un gran amor: su esposa Patricia, madre de su hijo Cristián. Patricia tuvo que sobrevivir a la muerte de Ricardo. Con una fortaleza sin tregua enfrentó todos esos momentos y los posteriores. Ricardo y Patricia se casaron en 1982. Patricia lo define así en una carta manuscrita: “Su vida se vio coronado cuando nació su hijo. Entregó a nuestro pequeño todo el amor que tenía. También toda la paciencia y comprensión, y a pesar de tener tan poco tiempo con su hijo sembró en él la semilla que florecerá cuando su hijo crezca y sea el hombre que él deseaba. El poema que escribió para nuestro pequeño, da a conocer todo el amor que llevaba dentro, toda la ternura y la esperanza en los hombres. Su hijo estará orgulloso del que fue su padre”.

FRAGMENTOS DE “CARTA A MI HIJO”

Sabrás que estás en mi mente
Cuando despierto cada mañana?
Que tu luz me acompaña donde quiera que yo vaya?
Hijo, mi amor por ti no cabe en estas palabras
Y si ahora el sacrificio es porque creo en la alborada,
En un futuro lleno de risas y caritas iluminadas,
De caminos por andar y de manos apretadas
De niños gozando la libertad conquistada. (…)


En 1983 sus padres se van a Iquique por trabajo. Allá estaban en 1987 cuando se enteraron de la terrible noticia de su hijo menor. Su hermana Marisol, hubo de salir de Chile en 1986, sindicada como participante en el atentado a Pinochet. Solitaria, en Italia vivió la noticia de la muerte de su hermano, y sólo pudo ingresar al país en 1993, después de innumerables trámites judiciales y un exilio de siete años.

Desde el mismo momento de los hechos, la familia Silva Soto ha estado luchando, infatigablemente, para que se esclarezca la verdad de las muertes de la Operación Albania.

Su madre Eliana, envía un testimonio escrito señalando: “Su entrega a los demás fue la directriz de su hermosa vida; desde pequeño regalaba sus lápices, sus pertenencias, su calidez. Su amor fue activo, su entrega real y su lucha concreta: quería una Patria liberada, justa y solidaria. Ante mi miedo como madre por la opción de lucha que tomó y mi pedido a repensarla por su hijo Cristián, me dijo: “En él estoy pensando y en todos los Cristianes del país” y agregó: “tú me enseñaste a respetar, por lo tanto respeto tu miedo, lo entiendo, pero tú respeta mi decisión”.

Estos son fragmentos de una carta enviada a su padre, tal vez una de las útlimas que Ricardo Cristián Silva Soto escribierq, en mayo de 1987. Está enviada desde un lugar desconocido:

“Nunca te he agradecido el hacerme persona consciente porque siempre he pensado que ese es un proceso que viene desde la cuna. Siento que me entregaron elementos humanos, fuertes, importantes que ahora se traducen (tras largo caminar) en mi forma de vida”. .. “Hubo en mi vida muchas circunstancias (medio, amistades, etc) que podrían haberme desviado del camino, pero la base era fuerte, por lo tanto pude desarrollarme…” …”Llegó este mayo naciente y cargado de muchas ternuras (días 7 y 10). Madre, siempre en mi corazón, más aún ahora… Un abrazo y muchos besos…”

Al “Flaco” Silva, futbolista de excepción, defensa central destacado. Cantor que seguía inclaudicable con la guitarra y la quena en la música. A Ricardo, papá del Cristián y esposo de la Patty, que tuvo que postergar infinitamente su carrera universitaria para trabajar en una clandestinidad tan rigurosa, al Flaco también lo quisieron atrapar en la clandestinidad de la muerte, en el 582 de Pedro Donoso, en Conchalí a doscientos metros del estadio donde entrenan los universitarios.

Pero me han dicho que le vieron en tantas partes ese año. Me han dicho que puede el viento sobre la nieve o un rayo de sol deslizándose por Concepción, por La Serena, por Valparaíso. Me han dicho que Ricardo Silva sigue siendo nuestra alegría.

A 23 años... ¡¡ Nada está olvidado, Nadie está Olvidado!!
Del libro "Operación Albania... Sangre de Corpus Christi", Oscar Aguilera 1996 (Capítulo a Ricardo Silva)

No hay comentarios: